Se trata de un libro fino, delicado, cargado de vida como se desprende del chorro de la portada, que vemos detenido de repente. Dedicado a su gran familia, probablemente ésta sea más amplia que la de sangre.
Tal vez se crea que la oncología no da espacio para la lírica y que la crudeza de la patología y su mundo privan cualquier expresión poética. Este poemario, rotundamente nos muestra lo contrario.
La evocación de una pérdida abrupta se desgrana a lo largo de 37 poemas agrupados en dos capítulos, que nos sitúan entre el rumor del pasado roto, vivido por el autor y de nuevo el grito desde el presente, ahora como un chillido apagado por la madurez y con ecos diversos.
Los versos surgen de las entrañas arcanas, de anclajes suspendidos en el infinito. Como suele suceder sobre todo en la poesía, las palabras son precisas, bien escogidas y cada una rodea un mundo.