Los tiempos musicales del título de este poemario nos llevan al de la autora, que atraviesa el reborde de su vida profesional y se adentra en otra más apacible, de introspección y de testimonio vital.
Asume el reto de la brevedad, desnuda la expresión de lo superfluo y se muestra desnuda ante el papel. Cada palabra es un mundo, una perla que contiene todo el significado y todos los sentimientos. Los versos son sartas minimalistas de cadenas reducidas a su esencia, pero sin límites finitos.
Las estrofas sorprenden por su verticalidad absoluta, que tan pronto son tallos de emociones que suben de la tierra, como chorros delgados y diáfanos que caen de un alma que ya vuelve el quehacer y sabe que surca con plenitud el último pico.