Conocí Alfonso en el año 85. Yo era un recién llegado que, tras un periodo de formación en México y Argentina, abrió consulta como médico homeópata en el Maresme. En aquella época, en la que la experiencia era poca pero la pasión desbordante, llegué a la Academia Médico Homeopática de Barcelona con la idea de participar de las actividades que se desarrollaban.
En aquel tiempo la sede de la Academia se encontraba en la Rambla de Cataluña 32, 4º, que a la vez era una consulta que compartían cuatro médicos, los cuales recibieron del doctor Enrique Peiró Rando un auténtico ejemplo de amor, defensa y entrega a la homeopatía; el testimonio de una Academia Médico Homeopática viva, a pesar de las enormes dificultades que representó el éxodo de los grandes homeópatas catalanes que se produjo después de la guerra civil.
Aquellos cuatro médicos que, desde el cuarto piso de la Rambla de Catalunya, 32, asumieron con entusiasmo el enorme reto de volver a situar la homeopatía en el elevado nivel, tanto académico como social, clínico y asistencial, que se supo ganar desde que en 1890 se fundó la Academia Médico Homeopática de Barcelona; aquellos cuatro médicos, repito, eran Jordi Dalmau, Miguel Ángel Luqui, José María Palomares y nuestro querido Alfonso Fernández Martínez, que en su día ostentó la presidencia de la Academia.
Pienso, y estoy convencido, que en aquellos años entre el 80 y el 85, en los que este grupo de cuatro médicos estuvo unido al cuarto piso de la Rambla de Cataluña, fueron la esencia de un modelo de homeopatía, la homeopatía unicista, que sigue abanderando la Academia Médico Homeopática de Barcelona, como había sido desde su fundación.
Durante este período, tanto el Alfonso como el resto del grupo, desarrollaron una ingente labor de formación y divulgación de la homeopatía. Desfilaron por la Academia grandes nombres, como Paschero, Masi Elizalde, Proceso Sánchez Ortega, Candegabe, Jacques Imberechets, etc, que dieron lugar a una hornada de homeópatas de sólida formación que han posicionado tanto la Academia como institución como la homeopatía, en un presente de respeto, aceptación y reconocimiento cada vez más universal.
Conocí, como decía, a Alfonso el 85 y el primer recuerdo que me viene es el de un temperamento irresistiblemente apasionado y, entonces, su gran pasión era la homeopatía. Vivía por y para sus pacientes haciendo una homeopatía de gran nivel. Estudiaba, estaba permanentemente formándose, hacíamos sesiones clínicas en las que siempre sorprendía con comentarios agudos y acertados. Siempre iba por delante. Recuerdo cómo cuando se iba de vacaciones unos días, cargaba en la maleta más historias clínicas que ropa y objetos, llamaba todos los días, al menos una vez, para preocuparse sobre tal o cual paciente cuya historia continuaba trabajando en la distancia.
Sin duda que hemos perdido un compañero, un amigo, un referente, un pilar, un médico, un homeópata y, desde estas líneas, aprovecho para recordar a quienes han perdido mucho más Raquel su viuda y Alfonso, Claudia y Kilian, sus hijos. Un abrazo para todos ellos y descanse en paz.