Albert Jovell se ha ido, y por más natural que pueda parecer, es un hecho
que nos trasega, a partir de ahora nos queda en la memoria.
Los seres humanos no somos muy diferentes de cualquier ser vivo. Pero
tenemos una capacidad singular: podemos compartir la memoria a través del
lenguaje. Eso sí que nos diferencia. Y la memoria alarga el presente. A través
de la memoria podemos hacer presente a
Albert ahora que ya no está. Y podemos hacer que su presencia se mantenga a lo
largo del tiempo. No es lo mismo que estar presente. Está claro. Pero es la
mejor alternativa a la nada.
Del pozo de la memoria podemos sacar polvo de experiencias enriquidoras. A
lado de Albert siempre se aprendían cosas. El cinetífico y el humanista.
Astuto. Rápido. Claro. Moderno. Respetuoso. Austero. Generoso. Lúcido.
Oportuno.
Los que hemos tenido contacto con su vida profesional durante los últimos
veinte años somos testimonios. Al volver Albert de Boston ya nos dimos cuenta
que su estilo era diferente. Su habilidad para mirar las cosas desde otro punto
de vista lo hacía innovador de una manera natural. Reservado, pero muy próximo
a las personas que lo rodeaban. Con un punto de discreción que se fundía cuando
empezaba a hablar. Con cuatro palabras tenía suficiente para aportar elementos
decisivos. Sabía ejercer su capacidad de liderazgo desde la perspectiva de la
generosidad. Son buenos testimonios las personas que trabajaban a su lado, las
personas que han crecido profesionalmente y personalmente a su lado. Ha
ejercido como nadie la figura de mentor, tan escasa en nuestro medio. Saber
ponerse en tu lugar y ofrecerte su consejo sin imponerlo.
Siempre un paso por delante con nuevos retos, y en este contexto
profesional trepidante y estimulante, la enfermedad. Sin ningún previo aviso.
Como pasa tantas veces. Y la alegría del bebé esperado la rompe la noticia
inesperada de la enfermedad. En aquellos momentos nos impresionó a todos la
serenidad con que afrontó el problema y de qué manera asumió todo el proceso
diagnóstico y el tratamiento inicial. Tenía clara las prioridades: primero la
Maria Dolors y los niños. E inmediatamente después no abandonar nunca sus
responsabilidades profesionales que lo afectabana él, pero sobretodo a la gente
que trabajaba a su alrededor. Esta manera de hacer frente a la enfermedad, por
ella misma, ya fue un ejemplo constante para todos los que lo vivimos. Y lo
recordaremos siempre. Las malas noticias sucesivas, como una gota perenne, sin
tregua, y la respuesta sistemática a la búsqueda de la solución más razonable
han sido su manera de hacer.
Su ejemplaridad podría haber acabado aquí, y ya habría suficiente para
reconocer una actitud excepcional. Pero Albert no era así. Ves a saber si la
impregnación “bostoniana” lo hizo lanzarse a hacer pública su enfermedad y,
sobretodo, a hacer servir su enfermedad para ayudar a otros en su circunstancia. Esta idea de
responsabilidad respecto a la comunidad, Albert la enseñó continuamente.
Un enfermo con cáncer tiene un problema, pero nunca deja de ser una
persona. Todo lo contrario, sigue siendo una persona, que tiene un problema.
Parece obvio, pero no lo es tanto. Todo el movimiento alrededor de los
pacientes surgió en esta época y alrededor de la idea de respeto. Respeto a la
intimidad del paciente, a su capacidad de tomar decisiones que lo afectan
directamente, a la confidencialidad. Y de una manera rotunda y clara nos hacía
ver la necesidad que los profesionales, las organizaciones y el propio sistema
sanitario cambiásemos nuestra manera de trabajar para enfocarnos siempre al
paciente, nuestra razón de ser. Lo había dicho muchas veces: la alianza entre
los pacientes y los profesionales es la fuerza de cambio más importante del
sistema sanitario. Y en nuestra casa, Albert Jovell personificó este cambio de
paradigma.
Infatigable al largo del proceso, aceptanto las sucesivas complicaciones
con coraje, sin resignación. No dejó de trabajar hasta el último momento. Nunca
tenía un “no” cuando le pedías que participara en un acto, independientemente
del eco o del auditorio que tuviera. Siempre sorprendentemente, como un
prestidigitador que posee un sombrero de copa inexhaurible y de donde brotan
los proyectos más insólitos. Ahora el “kit de la visita médica”, los cursos de
Harvard (siempre Boston), la Universidad de los pacientes, las aulas, los
libros, los artículos en la prensa, los cursos de lideraje para mujeres. Y
tantas cosas más.
Además, el sociólogo que era no perdió nunca la brújula cuando diseccionó
la profesión de médico cuando identificaba el nucleo real de los problemas.
Sistemáticamente nos advirtió que la profesión de médico nos obliga a ser
especialmente sensibles con los más desfavorecidos, con los más débiles. Que
esto sólo se puede hacer desde la generosidad y la empatía. Y él seguía el
ejemplo de su padre que ejerció la profesión, con entrega y sin demasiado
reconocimiento, en tiempos difíciles y en ámbitos donde las necesidades
superaban con creces los recursos para cubrirlas.
Y con los primeros truenos de la crisis ya advertió que los que no la
habían generado, la crisis, no habían de pagar las consecuencias. Ya nos alertó
que la crisis generaría más desigualdades y que era necesario mantener el
estado de alerta. Albert nos ha advertido reiteradamente que el elemento clave
es la capacidad de lideraje de la propia profesión, desde el compromiso con los
pacientes, desde el conocimiento y desde la responsabilidad en el uso de los recursos.
Y Albert inmenso, inabastable, imbatible era humilde. Aceptaba la mano tendida
cuando la necesitaba y, siempre, siempre, siempre hacía explícito su agradecimiento.
Y ante historias como la de Albert no tenemos que olvidar el apoyo insobornable
de su familia. Desde la discreción de los suyos, nadie tiene que olvidar que Albert
no ha vivido la enfermedad solo, y que todo esto que hemos aprendido de él también
se tiene que hacer extensible al ejemplo de coraje, serenidad y tendreza de los
suyos.
Pero Albert no habría acabado así este texto. Siempre sabía poner un punto de
rebeldía, sin cambiar la voz o el gesto, pero dejando constancia que ante la duda
“más vale pedir excusas que pedir permiso”